El tiempo pasa, las personas no.
Toda esta absurda vida la resumimos en momentos pasados
manchados de chocolate amargo.
Sobre mis hombros la bola del inframundo
rodeada de mal fario y olor a vainilla.
Bonita la cinta de casete que escucho
mientras mueren mis ganas de mover al que fui en su día.
Mis ojos han pasado de verlo todo gris a estar invidentes.
Aprendí a nadar en mi mar de lágrimas,
aprendí a hacer realidad mis oscuros sueños,
aprendí a romper sonrisas irónicas,
aprendí a desvanecerme entre la gente y pasar desapercibido.
Busqué piezas, encontré hostias.
Me encomendé a Dios y esperé, hasta que se me pudrieron los ánimos.
Contemplé mi reflejo en un espejo quebrado y
me dije que la gente es innecesaria.
Lo llevé a la práctica y ahora aquí me ves,
rodeado de una orgásmica rueda de autodestrucción.
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